Cuando nos encontramos ante una situación que percibimos como “problemática”, o como “prueba a superar”, se produce en nosotros una serie de reacciones fisiológicas (aumento de la frecuencia cardiaca, incremento de la tensión muscular, aumento de la ventilación pulmonar, sensación de ahogo o dificultad para respirar, dolor de cabeza, molestias en el abdomen, sensación de mareo, sudoración…), que tratan de potenciar nuestro estado de activación corporal, para que podamos enfrentarnos a la situación “potencialmente amenazante” con las máximas garantías de éxito.
Lo paradójico es que nuestro cerebro “no distingue”, y reacciona con la misma intensidad ante situaciones reales de peligro que ante lo que simple y llanamente son pensamientos internos poco racionales, que no se corresponden con la realidad. Ese estado de activación se produce normalmente de forma automática, y se le conoce con el nombre de ansiedad. A esa situación de ansiedad constante, particularmente cuando afecta a contextos laborales, es a lo que denominamos estrés.
En los extremos tendríamos, por un lado, el nivel de máxima ansiedad (representado por la pérdida de control que tiene lugar durante un ataque de pánico), y por otro, el estado de profunda relajación (un ejemplo sería el momento que pasamos justo antes de dormirnos).
Lógicamente, en función de la actividad que nos dispongamos a desarrollar, será más o menos efectivo, y por tanto más o menos aconsejable uno u otro nivel de ansiedad/activación. De esta forma, podemos hablar de ansiedad positiva o facilitadota de rendimiento, y de ansiedad negativa o inhibidora y perturbadora de dicho rendimiento.
Cuando el directivo o el trabajador, de un modo natural, es capaz de controlar su grado o nivel de activación, de manera que éste se ajuste a los requerimientos de la práctica o actividad concreta que esté llevando a efecto en un momento dado, todo irá “viento en popa”. Pero… ¿qué sucede en el trabajo cuando nos ponemos muy nerviosos, es decir, ansiosos ante determinadas situaciones, sin que tal grado de ansiedad nos agrade ni nos ayude a enfrentarnos mejor a esa situación específica?. En ese preciso momento podemos llegar a pensar que esa situación concreta nos está superando, y que comienza a convertirse en un problema, para el que quizá no tengamos una respuesta efectiva.
Es importante señalar que las mismas circunstancias de trabajo no provocan las mismas reacciones en todas las personas. Por ejemplo, un trabajador puede experimentar eustrés (estrés positivo), mientras que su compañero experimenta distrés (estrés negativo).
Para que todos “nos situemos”, el eustrés es cuando estas respuestas se realizan en armonía, respetando los parámetros fisiológicos y psicológicos del individuo; es decir, cuando las respuestas son adecuadas en relación con la demanda y se consume biológica y físicamente la energía dispuesta por el Sistema General de Adaptación.
Por el contrario, cuando las respuestas han resultado insuficientes o exageradas en relación con la demanda, ya sea en el plano biológico, físico o psicológico, y no se consume la energía mencionada, se produce el “distrés”, que por su permanencia (cronicidad) o por su intensidad (respuesta aguda) produce el Síndrome General de Adaptación.
En “La Inutilidad del Sufrimiento” (*), la tesis central es que si conseguimos controlar nuestros pensamientos, terminamos controlando nuestras emociones.
Desde la psicología las técnicas que nos resultan más eficaces para disminuir el estrés y la ansiedad son las Técnicas de Autocontrol Emocional: Fisiológicas y Cognitivas (Relajación, Respiración Diafragmática, Parada de Pensamiento y Autoinstrucciones).
Afortunadamente, lo mismo que hemos aprendido a tener estrés, podemos desaprenderlo. No es tan complicado, lo lograremos con disciplina y buenos consejos. Uno muy importante es aprender a respirar bien, con el diafragma.
Otro medio es recuperar el control de nuestras emociones, desarrollar estrategias de enfrentamiento del estrés, que pasa por aprender técnicas cognitvas –control de nuestros pensamientos perturbadores-; favorecer pensamientos positivos –la fuerza de la positividad-; recuperar buenos hábitos: realizar una actividad física adecuada, dormir lo suficiente, mantener una dieta equilibrada, ser realista, definir prioridades, organizar y gestionar bien el tiempo, controlar las adicciones, practicar técnicas de relajación y respiración, consultar a un profesional cuando sintamos que nuestro grado de estrés nos resulta perturbador.
Según los últimos estudios, el estrés psicológico provoca 10 años de envejecimiento adicional. El estrés se está convirtiendo en la auténtica plaga de nuestro tiempo. Nadie parece escaparse y, lo que es peor, la mayoría no sabe cómo controlarlo.
Recordemos que, aunque no es la única causa, el estrés desencadena a menudo dolencias estomacales, dolores de cabeza, resfriados continuos, insomnio, irritación intestinal…
Muchas empresas están empezando a poner en marcha “Políticas de Salud” para sus trabajadores. Aquí estaría el “Entrenamiento”, que es mucho más que la “Formación”, en el Manejo del Estrés, Gestión del Tiempo, Técnicas de Relajación, Gestión Positiva del Conflicto, Inteligencia Emocional…, también son muchos los programas de coaching que incluyen este entrenamiento